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QUERIDA EUSKAL-HERRIA, QUERIDA ESPAÑA


Cuesta cuestionar los firmes patrones mentales consolidados a lo largo de toda una vida. Primero me tuve que autoconvencer de que podía utilizar los términos de “querida España”. Después debía sumar osadía y compartir esas palabras, nunca hasta el presente utilizadas. Sabía que la réplica no se demoraría y así ha resultado.

Obvia decir que a mi particular España arrimo a Azaña, Lorca, Machado…, que de ella mantengo a prudente distancia a Queipo de Llano, Pemán o Sanjurgo, pero cada quien es libre de arrimar a sus patrias y altares sus santos preferidos. Me he repetido para mis adentros el sonido hasta que he logrado entrara suave, sobre todo convencido. La palabra es un terreno auténticamente democrático, en ella cabemos todos. Todos podemos modelarla y resignificarla al gusto.

La amable y fraterna provocación viene a ser un subgénero literario que exige alguna solidez y fuerza en el argumento, amén de atino en las palabras. “Mi querida España” del día pasado en las redes sociales, pretendió ahuyentar mucho fantasma de pretérita confrontación. Representa una suerte de catarsis personal, algo de fin de etapa belicosa, de anhelada pipa de la paz, de solemne enterramiento del hacha de guerra, de rotunda voluntad de reconciliación.

Escribo no sé si con autoridad, sí con convencimiento. Creo que puedo pronunciar las palabras prohibidas sin titubeo. Perdón por la incursión autobiográfica. A los 16 años estaba rascando el estiércol de las vacas y recogiendo hierba recién cortada en los altos prados de un perdido caserío de Errezil para aprender euskera. Nunca agradeceré lo suficiente a aquella familia “baserritarra” que me metió en un establo y me enseñó a ganarme las diarias alubias de Tolosa y la vida. En invierno las tardes las pasaba en la biblioteca de la Calle 31 de Agosto de Donosti devorando Azkue, Barandiarán, Aranzadi, Caro Baroja… A los 19 años ya tenía en mi bolsillo el título “D” de entonces, equivalente al actual EGA. Me gané mis primeros sueldos impartiendo las que fueron las primeras clases de euskera en las escuelas públicas vascas. Todo ello en condiciones muy duras, que aquí huelga explicar.

Las nuevas tecnologías y los modernos medios de locomoción nos lanzan al ancho orbe desde aquellos altos prados, no sacan de nuestro “Errezil” particular. Cada vez nos hacen de más lugares; cada vez más hermanos de todos los pueblos, de todos los mundos. Debe ceder la larga noche de los atrincheramientos culturales que hemos vivido, debido en gran medida a las circunstancias políticas. De ninguna forma podemos dejar ese legado de confrontación a las próximas generaciones. Podemos atrevernos a decir: “nuestra querida España”, por supuesto “nuestra querida Euskal Herria”…

En realidad, nunca alcanzaremos a comprender la magnitud del tesoro que representa la pertenencia a una comunidad, el privilegio añadido que nos asiste de adhesión a diversas comunidades lingüísticas y culturales, en medio de un mundo tan globalizado e uniformizado.

Ahora paso mucho tiempo en Galicia, escribo desde el corazón de uno de sus bosques lucenses. Rabio por escuchar gallego, por comprender esa lengua tan llena de música y a la vez de sencillez y humildad. Amo con todo mi ser un euskera que me da anclaje, raíces, cercanía, que me pasea por una hojarasca ancestral, por una magia inmemorial apenas descifrada. Amo un euskera que me abraza a Errezil y a la Madre Tierra-Amalurra. Hasta lo muy poco que alcanzo a ver y comprender, el euskera me vincula a mis ancestros, me pone un vaso de sidra en la mano, unas vigas de roble sobre la cabeza y una complicidad inexplicable en el alma. Me proporciona un círculo inicial, una primera, pero para nada exclusiva identidad.

Amo un castellano que me permite comunicarme más lejos y que me ha regalado tantos amigos, sobre todo me ha posibilitado lo que ha dado sentido a mi vida que es compartir palabra. Al español le debo, entre otras muchas cosas, la ilusión de levantarme cada mañana con el afán de contagiar esperanza.

En realidad, los sentimientos de pertenencia, las identidades están llamados siempre a sumar, a fecundarse y enriquecerse. El problema fue creer que estaban convocadas a disputar. En el seno de nuestro corazón no hemos contemplado la más mínima pugna entre el sentimiento de pertenencia a una patria más chica y a otra más grande. Uno y otro idioma, una y otra cultura no sólo se respetan, también se hermanan, se complementan y pasean felices de la mano. En algún lugar deberemos definitivamente encontrarnos. Buscaremos con renovado anhelo una terminología cada vez más común. Seremos lo que queramos ser, sobre todo lo que nuestra amplitud de miras y flexibilidad mental nos permitan.

* Imagen de Errezil en el corazón de Gipuzkoa

Casita de madera 22 de Diciembre de 2022

 
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